Conozco a muchos niños atrapados en un cuerpo de adulto, y a muchos adultos que no saben que en lo más profundo de su ser existe un pequeño niño.
Un niño que se quedó anclado en el tiempo, y que sin saber muy bien cómo, hace que tú sigas buscando todo aquello que él necesitó en algún momento.
¿Qué clase de adulto eres tú?
Recuerdo mi infancia con cariño, puedo decir que durante esa época de mi vida fui feliz, bueno no sólo en esa época, podría definirme a mí misma como una persona feliz.
Tuve todo aquello que mis padres estaban preparados para darme, así que lo primero que deseo hacer, es aclarar, que el hecho de que tú tengas un niño dentro, atrapado por sus carencias, no quiere decir que tus padres no hayan hecho por ti todo aquello que han sido capaces de hacer, seguro que te han cuidado y se han desvivido por ti, igual que han hecho los míos.
A lo que me refiero es, que no nos enseñaron a crecer emocionalmente, que no nos permitieron demostrar nuestras verdaderas emociones porque ellos no sabían hacerlo.
¿Recuerdas frases como estas?
Si no estudias no serás nadie en la vida, hay que sacrificarse que la vida es muy dura, llorar es de cobardes, en la mesa no se ríe, como llores te voy a dar motivos para llorar de verdad, no te mereces nada y muchas otras más.
¿Te suenan? ¿Quizás alguna de ellas las sigues utilizando con tus hijos, sobrinos o amigos?
Todas estas frases y muchas otras que seguro que has recordado mientras leías, han conformado tus creencias. Tus creencias son tus cimientos, tu estructura interna, y sobre esa estructura, se ha construido ese adulto en el que te has convertido y definen la forma en la que tú te relacionas con el mundo.
Quizás algún día te dijeron que no valías para estudiar y tú te lo creíste, o que no valías para hacer algo en concreto y también te lo creíste. Con el paso de los años, ahora que eres adulto y dispones de una mente totalmente racional tú sabes que eso no es cierto, incluso puedes decirte a ti mismo cuanto vales y sentirte satisfecho con muchas cosas de las que haces, pero yo te hablo de algo mucho más profundo.
¿Has dejado alguna vez proyectos sin acabar? o ¿Cuándo los has acabado no te sientes satisfecho del todo porque crees que lo podrías haberlo hecho mejor? o ¿Siempre has querido hacer algo, un curso, practicar un deporte, tocar un instrumento, pero lo vas dejando pospuesto con la excusa de que no tienes tiempo o porque crees que es muy difícil?
Esas decisiones están gobernadas por ese niño interior del que te hablo, ese niño que se creyó que la vida es muy dura y no se permite disfrutar como adulto de todas las oportunidades que se le plantean porque cree que no se lo merece, o que no se abre a nuevas oportunidades porque no estudió y ya está convencido de que no puede ser nadie en la vida, o que no demuestra su tristeza porque llorar es de cobardes y está la mayor del tiempo enfadado y no sabe por qué.
Sanar ese niño interior es posible, reconciliarse con él también. De hecho de vez en cuando te envía señales porque sigue esperando todo aquello que necesita.
El primer paso para cambiar tu salud emocional y la de tu niño interior, es reconocer que existe, darle el espacio que se merece.
Llevarlo a la práctica es mucho más sencillo de lo que parece, puedes cerrar los ojos y recordar tu vida a los seis o siete años, incluso mirar alguna foto y recordar cuantos planes tenías entonces, cuantas cosas soñabas con hacer, incluso entonces quizás ya sabías que querías ser de mayor, quizás, ha llegado la hora de poner en marcha alguno de esos proyectos que se quedaron anclados en el pasado.
A partir de esa edad, es cuando empezamos a creernos todas las limitaciones que nos ponen a nuestro alrededor, no sin olvidar que todas las emociones de nuestra madre también estaban impresas en nuestra genética para entonces, sus temores, desvalorizaciones y represiones, porque su objetivo era cuidar de la casa y de los hijos, cuantas cosas se quedaron sin hacer, cuantas ilusiones encerradas en sus corazones.
La mejor forma que se ocurre de reparar todo eso, es sonando en otra melodía, es decir, ocupándote de que tus hijos, sobrinos, o cualquier otro niño que se cruce en tu camino, entienda que todo está bien, que la vida es un viaje maravillosos del que vale la pena disfrutar, que la felicidad no es una estación de destino, sino una forma de viajar, que equivocarse es una buena forma de aprender, que si está triste está bien llorar, que si está enfadado tiene derecho a mostrar su rabia, que todas y cada una de las emociones tienen un espacio en la vida, y que no son buenas ni malas, tan solo son emociones.
Todo esto de lo que te hablo, no lo puedes enseñar si no lo has aprendido antes, si no lo has integrado en tu forma de vivir, porque si no, tan solo serán palabras, lecciones de esas que todos damos pero que no nos creemos, porque solo se recuerda aquello que te emociona, y creo que ya es hora de que vivamos de forma emocionada y emocionante.
Esto es lo que intento mostrar en mis talleres de crecimiento personal, tan solo una oportunidad de ver las cosas desde otro prisma, no mejor ni peor del que ya tienes, sino uno que te puede ayudar a sentirte mejor contigo mismo y todo ello con su consecuente repercusión en todos aquellos que te rodean.
Si esta información ha sido útil para ti, o crees que puede serlo para alguien que conozcas, no dudes en compartirla, ellos te lo agradecerán y yo también.
Esther Campillo.
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